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domingo, 28 de septiembre de 2014

El sollozo de las almas perdidas

Al rebuscar entre una maraña de folios encontré dos poemas. Dichos poemas trajeron a mi memoria un suceso que acaeció tiempo atrás.

Gerardo Diego escribió: 
Habrá un silencio verde
todo hecho de guitarras destrenzadas.

La guitarra es un pozo
con viento en vez de agua.

A su vez, Federico García Lorca compuso un poema llamado “Las seis cuerdas”:

La guitarra,
hace llorar a los sueños.
El sollozo de las almas
perdidas,
se escapa por su boca redonda.
Y como la tarántula
teje una gran estrella
para cazar suspiros,
que flotan en su negro
aljibe de madera.


¿Me preguntas cuál fue el preciso instante en el que me enamoré de ella? No sabría responderte con exactitud, tal vez cuando la vi sentada en la arena contemplando el atardecer, o quizás fue por como acompañaba tales vistas con los acordes de su guitarra, sus dedos acariciaban las seis cuerdas con extraordinaria agilidad, y sí, digo “acariciaban” porque eso es lo que hacían; no tocaba la guitarra con burdos movimientos carentes de significado, se denotaba en su música una gran explosión de sentimientos. Su mano tejía, como si fuera una tarántula, una canción. La música embotó mis sentidos, como si hipnotizada por ella me encontrase. No pasé simplemente de largo mientras escuchaba alguna que otra nota, no, permanecí allí de pie observando y escuchando.
Desconozco el tiempo que transcurrió, pero llegado un momento, la música cesó, lo que provocó la inminente salida de mi ensimismamiento; inmediatamente alcé la mirada y allí estaba ella, sonriéndome.
Han pasado los años y puedo afirmar que aún no he olvidado aquella sonrisa. Me reconcome por dentro no haber sido capaz ni tan siquiera de intercambiar alguna palabra con ella. Permanecí allí de pie, viéndola tocar y sonreír.


Así que vuelvo a formularte una pregunta: ¿es posible señalar que me enamoró con su música? 

viernes, 5 de septiembre de 2014

Hold on

Cierto es, que un buen día, tal vez hoy, la noche llegó a su fin, una noche oscura, lóbrega y aciaga, que había perdurado durante días y días, perdí la cuenta tiempo atrás. No recuerdo con exactitud qué terminó con ella: ¿el ansia de volver a ver la luz de un nuevo día? O quizás, ¿la desesperación de esta rutina? Sea lo que fuere, llegué a la simple conclusión de que debía, por lo menos intentar, retener esta nueva oportunidad concedida.
Días y noches; exactamente, ¿sobre qué estoy hablando? Solamente abordo un único tema, el cual no espero que comprendas, ni que todo este amasijo de palabras merezca tu atención, pero si por algún casual consigo captar tu interés y me lees, ya sea en un futuro próximo o lejano, si por algún casual sientes que todo buen principio tienen un mal final, que toda la alegría que te rodea es una mera ilusión que acabará por extinguirse, piensa en lo siguiente: no te estanques entre recuerdos, en tu pasado; tú misma puedes crear otros muchos más. No creas que siempre te vas a encontrar rodeada de oscuridad, vuelca la memoria atrás y recuerda, extrae de los malos momentos, los buenos, porque los hay, es cuestión de encontrarlos; pero no te aferres a ellos creyendo que nada mejor volverá a acaecer.


Como ya mencioné anteriormente: puedes crear muchos más...

martes, 24 de junio de 2014

La caída del muro.

Nadie conocía cómo, ni cuándo se alzó el muro, miles de kilómetros de roca fueron alzados de un día para otro, o al menos eso se cuenta; tened en cuenta que lo que voy a relataros es una historia que ha pasado de generaciones a generaciones, lo que conlleva leves cambios cada vez que ha sido contada.

Según he oído, hace muchos años, el barón de ciertas tierras tuvo que mandar una pequeña cuadrilla para asediar una ciudad que rodeaba la muralla, la cual dicen, se encontraba completamente vacía. Los habitantes vieron como los jinetes partieron en busca de la respuesta a tal interrogante. A pesar de las habladurías de que esa extraña ciudad estaba deshabitada, esperaban encontrarse alguna clase de oposición pero en su lugar, las almenas daban el aspecto de haber sido abandonadas hace mucho tiempo.
Rodearon la muralla en busca de una puerta, sin suerte; un interrogante más que añadir: ¿una muralla sin puerta?
Los soldados atacaron con toda clase de armamento el muro, el único resultado obtenido fueron unas pequeñas grietas, nada relevante, creyeron.
El jinete que capitaneaba la cuadrilla, harto de los vanos intentos por derrumbar la muralla, descabalgó de su caballo y ordenó el cese del ataque; a paso lento se acercó al muro y alzando la voz pidió, si es que alguien le pudiese oír al otro lado de la pared, si podrían permitirles pasar al interior. Es más, lo rogó. Y entonces, ocurrió, las grietas aumentaron de tamaño, los soldados tuvieron que retirarse por precaución, no deseaban salir dañados tras la caída del muro. Una vez que el paisaje se encontraba más calmado, los soldados se abrieron paso en la ciudad y para su asombro encontraron a una niña desaliñada casi en los huesos. El capitán, que un momento se mostró bondadoso, ordenó su arresto, sus soldados al principio manifestaron su descontento, no entendieron por qué debían arrestar a una pobre niña, pero al final, no tuvieron más remedio que obedecer las órdenes. Supusieron que no existía otro camino. La niña, cuando antaño se encontraba segura, aunque sola, tras los muros, pasó a vivir un calvario de vida, se convirtió en el objetivo de toda clase de burlas, se hallaba en un mundo desconocido para ella; años tras el muro la habían descomunicado completamente de la sociedad. Ella se dio cuenta de su error, el muro nunca debió derrumbarse, nunca debió confiar en las palabras, cargadas de veneno, del capitán. Una vez más, su confianza había vuelto a ser pisoteada.
Aquellos que vigilaban la celda donde habían encarcelado a la niña, la oyeron llorar todo el día y toda la noche, durante meses, pero un día, cuentan que sus sollozos acabaron, nunca más la volvieron a oír hablar. Había vuelto a huir de este mundo.

Por último, me gustaría dejar caer una pregunta: “¿qué soledad es más solitaria que la desconfianza?”

viernes, 6 de junio de 2014

Arciano

Desde que tengo uso de razón aquel árbol había nacido a la par conmigo, según mis padres lo habían plantado el mismo año que yo nací, así que por alguna extraña razón me sentía unida a él ya que al igual que yo, cada año crecía un poquito más y también debía afrontar una serie de trabas, bastante diferentes a los míos, lógico, pero al fin y al cabo eran contrariedades, los cuales sentía que nos hacían progresar.
Un día llegó el angustioso día en el que tuve que dejarlo, despedirme, mis padres habían decidido mudarse por temas de trabajo a otra ciudad. Sentada a su vera esperé su llamada, no deseaba irme, alejarme de él sería como arrancarme una parte de mí de cuajo. Sé que sonará una tontería, solo es un árbol, pensarás; pero no solo era un árbol, me había visto nacer, y yo a él, le había visto secarse y volver a renacer cuando todo parecía perdido, y él a mí en los peores momentos de mi vida.
Mientras nos alejábamos, la brisa mecía suavemente las hojas del árbol en señal de despedida, tal vez.
La nueva ciudad se abría ante mí extraña, desconocida, debo confesar que sentí miedo, un mundo nuevo aparecía ante mí y yo debía darle la bienvenida y despedir al anterior, ¿pero cómo? Eso es algo que aprendí con el tiempo, poco a poco.
Como era de suponer, encontré un árbol del mismo género, pero a pesar de sus similitudes, me di cuenta de que era diferente; me costó darme cuenta de que no podía ir buscando todo lo que me gustaba de algo, en otra cosa diferente, porque nada iba a ser igual, y ahí es donde iba a residir lo curioso de tal situación, sería sorprendida por nuevas situaciones, pensamientos, sentimientos.
Quizás, por fin, encontré el lado positivo.

miércoles, 23 de abril de 2014

A la deriva

Y un corazón completamente nublado
alzó la mirada al cielo oscuro,
pues ansiaba encontrar un futuro
donde no hallarse abandonado.

En su lucha seguía empeñado,
temeroso a derribar su muro,
pues se sentía preso de un conjuro.
Terror, miedo de salir malparado.

Deseaba escapar de la oscuridad,
lo aprisionaba, quería saltar,
lo acorralaba, quería escapar.

Ahuyentar aquella infelicidad,
tenía que izar las velas y zarpar,
y huir de esta absurda realidad.

martes, 4 de marzo de 2014

Una triste historia

Hablemos de la triste historia de cómo dos palabras pierden su significado para una persona. Dado que “persona” es un sustantivo femenino nos referiremos a tal término con el pronombre “ella”.
Desde pequeños nos han enseñado a pedir perdón cada vez que obramos mal, y a perdonar, ¿verdad? Pero mi observación es la siguiente: ¿por qué obramos mal? Nos pasamos la vida diciendo “lo siento”, y quien siga creyendo que no estoy en lo cierto, puede dejar de leer esto.
Bien, si sigues aquí, te lo agradezco. Así que volveré al punto anterior: ¿por qué obramos mal? Y no me refiero a cuando rompemos un vaso sin querer o nuestra madre se enfada con nosotros por no limpiar nuestra habitación. Me refiero a cuando herimos a alguien, sí, alguien con sentimientos, no somos duros como una piedra, pese a lo que algunas personas piensen.
Ella estaba cansada de oír esas dos palabras, “lo siento, lo siento y lo siento”, continuamente. Ya no les encontraba su significado inicial, se habían convertido en dos vocablos sin sentido. ¿Tuvieron un significado alguna vez? Quiero decir, bien podrían ser simplemente dos palabras que quedaban bien juntas y darle ese significado conjunto, o ¿por qué “lo” y “siento” tienen esos significados? O más bien desvaríos míos.
Lo cierto es que ella estaba acostumbrada a que le decepcionasen, es decir, a oír esos dos términos, quizá por ello le costaba tanto confiar en alguien, vivía con miedo a que ese alguien le hiciera oír ese mensaje, nuevamente.
Así fue como ella se deshizo del significado de “lo siento”, tanto daño acumulado terminó haciendo mella en su interior. Habían dejado de existir.
Ella, continuamente pensaba: “¿por qué no paran de hacerme de daño? ¿Por qué no pueden simplemente dejarme en paz?" Ellos, envenenándome con sus palabras, haciendo creer imposibles.

Nosotros, los seres humanos, siempre tendiendo a ilusionarnos con nada, desilusionándonos en cuestión de segundos.

domingo, 16 de febrero de 2014

El continuo "por qué"

 El atardecer bañaba con su luz todo el paisaje: un desfile de árboles, altos, otros más bajos pero todos teñidos por una intensa luz roja. Me consideraba un ser afortunado por poder ver tal espectáculo pero la velocidad del tren impedía observarlo con claridad.
 El tren volvió a estacionar en una parada más, unos pasajeros subían, otros bajaban. Algunos con más prisa, otros con menos.
 Cuando estaban a punto de cerrarse las compuertas un último pasajero subió al tren: una chica de cabello castaño que vestía unos pantalones rojos a juego con una camiseta negra de un grupo de música que yo desconocía. Captó mi atención instantáneamente. Me era inevitable mirarla y no recordar a la persona a la que tanto amé en vida y, que más tarde, me destrozó por completo. Eran idénticas.
 Un cúmulo de pensamientos atosigó mi mente.
 Apoyé mi cabeza en el cristal de la ventana y cerré los ojos.

 Recordé aquellas mañanas en las que me despertaba y tú estabas a mi lado, en como recorría con los labios cada centímetro cuadrado de tu piel, despertándote, y tú suspirabas en mi oído. Recordé tu pupila clavada en mi pupila y aquella sonrisa que me hacía increíblemente feliz.
 Y ahora me tumbo en la cama y al girarme, tú ya no estás a mi lado, solamente queda un hueco vacío, ¿por qué te tuviste que ir?
Me pregunto cuándo fue el momento justo en el que todo empezó a estropearse, o en el que tú comenzaste a cambiar.

 Una vez me dijiste: “cuando amas a alguien, aceptas que pueda hacerte daño en un futuro.” Al fin y al cabo, las personas vienen, se van, y muy pocas se quedan.

domingo, 9 de febrero de 2014

Move along.

 Mira, antes me sentaba en un banco y mis pies no llegaban a tocar el suelo.
 Fíjate, antes no paraba de caerme de la bicicleta y ahora ya aprendí.
 Y vaya, ¿te acuerdas de cuándo leer me costaba horrores?
 También aprendí a levantarme tras caer gracias a que ahí estabas tú tendiéndome la mano.
 Y sí, cada día creo que he crecido un poquito más, pero, ¿qué hay de verdad en ello? Quiero decir, siempre aparecen nuevos obstáculos, ¿no? Y saltar no se me da bien.
 Acuérdate de cuando nos conocimos, parece que haya pasado media vida desde aquello: yo tímida y silenciosa, tú alegre y siempre dispuesta a escucharme.
“No llores, por favor, no lo hagas” me decías pero yo solía llevarte la contraria.
 Siempre tendiendo a mirar al pasado, dejándome embargar por él. Me declaro adicta.

 Y ahora… ¿ahora qué? Buena pregunta, no sé si sabría responder a ella. Solo sé que repararé lo roto en mí, por ti y por mí.Move Along - The All-American Rejects.