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martes, 24 de junio de 2014

La caída del muro.

Nadie conocía cómo, ni cuándo se alzó el muro, miles de kilómetros de roca fueron alzados de un día para otro, o al menos eso se cuenta; tened en cuenta que lo que voy a relataros es una historia que ha pasado de generaciones a generaciones, lo que conlleva leves cambios cada vez que ha sido contada.

Según he oído, hace muchos años, el barón de ciertas tierras tuvo que mandar una pequeña cuadrilla para asediar una ciudad que rodeaba la muralla, la cual dicen, se encontraba completamente vacía. Los habitantes vieron como los jinetes partieron en busca de la respuesta a tal interrogante. A pesar de las habladurías de que esa extraña ciudad estaba deshabitada, esperaban encontrarse alguna clase de oposición pero en su lugar, las almenas daban el aspecto de haber sido abandonadas hace mucho tiempo.
Rodearon la muralla en busca de una puerta, sin suerte; un interrogante más que añadir: ¿una muralla sin puerta?
Los soldados atacaron con toda clase de armamento el muro, el único resultado obtenido fueron unas pequeñas grietas, nada relevante, creyeron.
El jinete que capitaneaba la cuadrilla, harto de los vanos intentos por derrumbar la muralla, descabalgó de su caballo y ordenó el cese del ataque; a paso lento se acercó al muro y alzando la voz pidió, si es que alguien le pudiese oír al otro lado de la pared, si podrían permitirles pasar al interior. Es más, lo rogó. Y entonces, ocurrió, las grietas aumentaron de tamaño, los soldados tuvieron que retirarse por precaución, no deseaban salir dañados tras la caída del muro. Una vez que el paisaje se encontraba más calmado, los soldados se abrieron paso en la ciudad y para su asombro encontraron a una niña desaliñada casi en los huesos. El capitán, que un momento se mostró bondadoso, ordenó su arresto, sus soldados al principio manifestaron su descontento, no entendieron por qué debían arrestar a una pobre niña, pero al final, no tuvieron más remedio que obedecer las órdenes. Supusieron que no existía otro camino. La niña, cuando antaño se encontraba segura, aunque sola, tras los muros, pasó a vivir un calvario de vida, se convirtió en el objetivo de toda clase de burlas, se hallaba en un mundo desconocido para ella; años tras el muro la habían descomunicado completamente de la sociedad. Ella se dio cuenta de su error, el muro nunca debió derrumbarse, nunca debió confiar en las palabras, cargadas de veneno, del capitán. Una vez más, su confianza había vuelto a ser pisoteada.
Aquellos que vigilaban la celda donde habían encarcelado a la niña, la oyeron llorar todo el día y toda la noche, durante meses, pero un día, cuentan que sus sollozos acabaron, nunca más la volvieron a oír hablar. Había vuelto a huir de este mundo.

Por último, me gustaría dejar caer una pregunta: “¿qué soledad es más solitaria que la desconfianza?”

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