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jueves, 21 de marzo de 2013

Mente marchita


El viento movía suavemente la hierba bajo un intenso cielo azul.
 -Al fin y al cabo se le acaba el tiempo –alguien dijo.
 El susurro del río y el cantar de los pájaros formaron en mi oído una dulce melodía. Alcé la mirada y mis ojos probaron a jugar con las formas de las nubes, fue así como mi mente evocó aquel día en el que tendría unos catorce años, y solía ir al monte y tumbarme en la hierba con él.
 Todavía recuerdo sus ojos del color del cielo mismo:
 -¿Qué ves? –preguntaba.
 -Nada –respondía.
 -Yo veo un pájaro –señaló una nube.
 -Pues no sé dónde ves tú un pájaro –reí.
 -Cada persona ve lo que quiere ver, tenemos una imagen de la realidad muy difusa. A nadie le gusta que vayan en contra de sus principios y creencias, en resumen, no queremos que nos lleve la contraria. Queremos ser dueños de nuestra propia vida sin que nadie nos diga qué hemos de hacer y qué no, sin embargo, a veces, nos dejamos llevar por la corriente, olvidando aquellos principios que creíamos tener. Muchos hablan sobre el respeto, cuando son ellos mismos los primeros en ignorar esa palabra… -suspiró- ¿No te gustaría muchas veces salir corriendo de donde quiera que estés y gritar sin temor a nada ni a nadie?
 -Sí, supongo –no entendí a donde quería llegar con esta conversación.
 -¿Supones? ¿Nunca has querido ser oída? ¿Nunca has sentido como el dolor y la angustia por creer que tu vida se venía abajo cuando pensabas que ya era imposible ser feliz? ¿Nunca has querido desahogarte?
 No esperó a oír mi respuesta, en su lugar, se levantó y salió corriendo. Le llamé a gritos pero nada de sirvió, no tuve más remedio que salir en pos suya.
 -¿Qué haces? –pregunté a voz en grito al conseguir seguirle el ritmo.
 -Volar como un pájaro –contestó.
 -Estás más loco de lo que pensaba.
 -Pero soy un loco feliz –sonrió.
 Al decir esto se paró y me miró seriamente, como si intentase mirar algo dentro de mí, me sentí algo incómoda:
 -La vida es dura y ser feliz aún más, pero, ¿sabes una cosa? No es imposible, puedes encontrar la felicidad en la sencillez de un nuevo día más. Quiero que me prometas una cosa.
 -¿El qué?
 -Que intentarás ser feliz.
 -Lo intentaré… -Volvió a sonreír.
 Alzó la mirada al cielo:
 - Y dime, ¿tú qué ves?

 No supe responder a esa pregunta por aquel entonces. Tal vez ese sea el recuerdo más feliz que nunca tuve.
 Una hoja de otoño cayó sobre mi cabello grisáceo, la estrujé entre mis manos, anhelosa de huir su característico crujido. Volví a sumergirme en mis pensamientos:

 -¿Y de qué nos sirve evocar algo que nos hizo daño?
 -Puede que porque ese recuerdo también nos hiciese felices.
 -Pero sufrimos por culpa de recordar.
 -Lo sé, pero… ¿es lo correcto olvidar?
 -Depende de qué quieras olvidar. Pregúntate a ti mismo: ¿quieres recordar? Y lo más importante: ¿qué quieres rememorar?
 -La vida es un conjunto de recuerdos: buenos y malos. Si olvidamos todo lo que malo que nos haya pasado, automáticamente, perdemos una parte de nosotros mismos.
 -No, si ello conlleva a dejar de sufrir… ¿no?
 -Exacto, y eso nos lleva al principio de todo: ¿olvidar o recordar?
 -Creo que podemos recordar, es decir, el recuerdo no es lo que echamos de menos, sino lo que nos hacía sentir, eso es lo que añoramos, porque sabemos que todo lo ocurrido con anterioridad no volverá a suceder, es solo pasado.
 -¿Recordarlo todo cómo si fuese una película?
 -Sí, una película es una sucesión de acontecimientos, acontecimientos que tú ves pasar, si bien es cierto que una película puede transmitirnos un popurrí de sentimientos, al fin y al cabo, es una historia, como nuestras vidas. Recuerdos que ves pasar.
-Me gustaría volver a sentirme la niña pequeña que era entonces, alegre, llena de energía, sin preocupaciones. Cuando oigo el crujir de las hojas bajo mis botas evoco aquellos tiempos en los que una sonrisa permanecía instalada en mis labios y entonces yo le preguntaba a mi padre: “¿por qué las hojas son blancas por una parte y por el otro lado son más oscuras?” Y él respondía: “porque por un lado les da el sol y por el otro no.”
 >> Lo recuerdo todo como si fuese ayer. Veo caer las hojas y así todos los años en esta época del año, nacen y mueren, por así decirlo, un ciclo. Creemos estar viviendo nuestra propia vida pero en realidad, al final todos acabamos igual, cayendo, como una simple hoja en otoño. <<
 -Pero a veces los recuerdos son demasiado dolorosos y la carga de ellos se nos hace imposible, ¿y qué nos queda entonces?

 Alejé esa conversación que había oído alguna vez en quién sabe dónde  y que desde entonces se me quedó grabada en mi subconsciente.
 Una gota de agua discurrió por mi mejilla. Había empezado a llover pero no quise correr a resguardarme, ¿quién sabe cuándo vería llover por última vez? Tal vez nunca más. La muerte está ahí, acechándonos, acechándome, incluso intentando llegar a mí a través del mundo de los sueños, al fin y al cabo nuestro destino depende de ella:

 La lluvia impedía ver las oscuras calles de aquella ciudad con claridad, oía mi respiración entrecortada y nada más que silencio. Parecía que únicamente pisaba charcos, manchando de barro mis botas. Corría… ¿Pero de qué? No sabría decirlo, desconocía la naturaleza de aquello que intentaba atraparme. Un chico de rizos castaños corría tras de mí, Harry, me gritó que no mirase atrás, que corriese todo lo que pudiese, tenía miedo. ¿De verdad iba a morir aquí y ahora? Ahora entiendo la expresión “ver pasar la vida por delante”. Ojalá pudiese borrar con una goma todo aquello que hice mal y reescribirlo. Si tuvieses la oportunidad de cambiar ciertos aspectos de tu vida… ¿lo harías? Sería como empezar de cero.
 Llegamos sin respiración a un edificio aparentemente abandonado, tenía el aspecto de una Iglesia gótica. Echamos abajo la puerta de madera podrida por el paso del tiempo y entramos en el interior.  En vez de escondernos en alguna parte nos quedamos examinando la soledad de este edificio. Me pregunté cuántas personas habrían pasado por aquí, qué conversaciones habrían oído estas paredes, ahora desgastadas, paredes de piedra, pero, ¿hasta qué punto?
 El corazón de las personas es como una piedra, frío y duro. Causamos dolor a otros como si les lanzásemos una piedra tras otra, dañando continuamente.
 Una piedra, una palabra. El ser humano por naturaleza lanza piedras sin conocer el tamaño de la herida que puede llegar a causar.
 Suspiré abatida, tal vez iba a morir allí mismo, bajo la mirada de aquellas paredes, llegué incluso a aceptar mi propia muerte, estaba cansada de huir, pero eso significaría rendirme, y no quería eso, estaba harta de no enfrentarme a mis miedos y dudas, debía, por una vez en mi vida, hacerles frente. Morir no era una opción. Pero aquella chica, si se le podía llamar así, la velocidad a la que corría no era propia de un ser humano. ¿Cómo enfrentarme a “eso”?
 Alguien gritando que nos escondiésemos, tal vez Harry, me devolvió a la realidad. Bajé corriendo las escaleras y por el rabillo del ojo alcancé a ver como aquella chica daba un impresionante salto y aterrizaba al pie de las escaleras golpeando la cabeza de Harry contra el suelo.
 Uno menos.
 Decidí no volver a mirar atrás, no quería atormentar mi mente para el resto de mis días con la muerte de otro ser querido, simplemente verlo me destrozaría aún más. Pero, ¿qué más daba si iba a morir?
 Cada vez que cierro los ojos recuerdo sus manos frías agarrándome de los hombros impidiendo que me moviese apretándome boca abajo en el suelo, como me dio la vuelta y clavó su mirada fría como el hielo en la mía y rodeó con sus manos mi cuello y solo vi… oscuridad.
 Decidí salir de ella.

 Y por eso escribo ahora estas líneas, un resumen de acontecimientos de mi vida que me hicieron convertirme en la persona que soy ahora. Y ahora, a mi tardía edad, ya puedo responder a todas esas preguntas sin respuesta. Me habría gustado contártelas todas:
 Al mirar las nubes, veo nostalgia y tristeza porque quiero ser feliz, sonreír siempre que pueda y cuando yo quiera, quiero poder decir ‘te quiero’ y abrazarte por el mero hecho de ser tú.  Me habría gustado decirte que tu marcha significó el cierre del cielo y su caída, vino la era oscura,  los cristales estallaron en mil pedazos y que nunca más mi corazón fue capaz de amar. Pero lo hice, intenté ser feliz, por ti.
 Eran tantos los recuerdos dolorosos acumulados en mi interior que utilicé la escritura y la lectura como refugio. En los libros conseguía extraerme de la cruda realidad en la que vivía, cuando tú te fuiste, mi vida empezó a decaer, tuve constantes afrentas familiares que me hicieron sentir como una persona sin rumbo fijo, donde todo lo que hacía era recompensado con nuevos gritos y lágrimas por parte mía.
 Gracias a ellos, a los libros, viajaba a otros mundos, otras vidas, me metía en la piel de otras personas y así es como, durante un corto espacio de tiempo, me olvidaba de todo.
 Y la escritura… ¿qué decir de ella? Lo fue y es  todo. El mejor método de desahogo que tuve, era mi método de gritarle al mundo, era mi método de conocerme a mí misma y fue así como conseguí salir de la oscuridad.
 Terminé de escribir y estrujé los folios contra mi pecho, allí donde residía mi corazón y miré una nube a lo lejos: por fin iba a volver a reencontrarme con él.

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