Al abrir los ojos, lo primero que me vino a la cabeza fue:
-¿Dónde estoy?
¿Un invernadero? Los jazmines
estrellados cubrían el techo formando una bóveda floral. Pero, ¿qué hago yo
aquí? Me levanté, estiré los miembros y me sentí… ¿cómo decirlo? ¿Rejuvenecida?
Tanto verde me animaba, sentí ganas de
sonreír.
Me giré al oír unos pasos detrás de mí y allí volvía a estar ella,
con su cabello castaño rizado oscuro, mirándome fijamente.
-¡Tú! –grité y al instante un árbol cayó encima suyo. La chica oyó
los crujidos de la madera del tronco al romperse y saltó hacia atrás un segundo
antes de que el árbol la aplastase:
-Deberías tener más cuidado –musita.
-Yo no he hecho nada, eres tú la que me acosa.
-¿Acosarte? –alza una ceja- te he encontrado tirada en la calle y te
he traído hasta aquí salvándote la vida ¿y así es cómo me lo pagas: llamándome
acosadora e intentando matarme?
-Salías en mis sueños… alzabas una mano y empezaba a llover.
-Más bien la que parece una acosadora eres tú soñando conmigo sin
haberme visto nunca –esbozó una sonrisa burlona.
Miré para otro lado avergonzada:
-Yo no he intentado matarte... el árbol cayó solo.
-Aria... -se sentó al lado mío- Vulcanus.
-¿Te llamas así?
Soltó una carcajada:
-Me llamo Arizona y tengo que explicarte muchas cosas.
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