Un manto blanco lo cubría todo. Debido
a la nieve apenas se podía distinguir algo en los alrededores, ni siquiera el
pueblo del que me alejaba, Amer, situado en la provincia de Girona, era
bastante pequeño, todo hay que decirlo, se encontraba en un antiguo valle
volcánico, formado principalmente por una calle principal, con pequeñas casas a
ambos lados de ella, que llevaba hasta una plaza donde habían tiendas y bares,
una plaza normal donde antaño, cuando hacía buen tiempo, sacaban mesas al
exterior.
También había un rio, el rio Brugent, que
atravesaba el antiguo valle volcánico, al que mi padre y yo solíamos ir a pescar
por muy prohibido que estuviese.
Mi madre solía decir: “Después de un largo
verano siempre viene un invierno aún más largo”
Cuanta razón tenía…
Mi mente siempre relaciona el rio con lo que
ocurrió ese día.
4 de mayo de 2005
Soleado aunque soplaba una pequeña brisa, mis
ojos solo tenían vista para el gran bosque que se abría a mí, poblado por
encinares y castaños, acompañando al rio a su final.
Tenía
siete años e iba con mi hermano de cuatro.
Llegamos a un tramo del rio atravesado por
grandes rocas, mi hermano empezó a saltar de roca en roca riendo, le dije que
bajase de ellas, podría resbalarse y hacerse mucho daño. De nada sirvió
avisarle, me desobedeció: saltó de roca en roca hasta que ocurrió lo inevitable,
resbaló y cayó a las frias aguas del rio.
-¡Jordi! –grité su nombre asustado.
Me acerqué corriendo al cauce del rio.
-¡Coge mi mano! –se la tendí.
-¡No llego! –consiguió articular pese a todo
el agua que estaba tragando.
Nunca me habían enseñado a nadar, o tal vez es
que nunca quise aprender.
Lo único que hice fue quedarme mirando como el
agua se lo tragaba y la corriente se lo llevaba más y más lejos. Mi cerebro no
era capaz de registrar que mi hermano se había ahogado. Tenía el cuerpo
totalmente paralizado a causa de ello.
Encontraron el cuerpo sin vida de Jordi varado
en un tronco.
Agité la cabeza para alejar esos malos
recuerdos de mi mente.
¿Qué se vería desde las cumbres de las
montañas nevadas, altas e imponentes que se encontraban a lo lejos?
<<Son como unos guardianes, siempre
vigilando Amer y sus alrededores>> dijo una vez Jordi.
Mis músculos se entumecían cada vez más a cada
paso que daba. El frío me tenía paralizado. Sentí mis párpados más pesados de
lo normal. El mundo de los sueños me requería en él.
Cai como un peso muerto sobre la nieve, la
sentía fría pero a la vez cómoda bajo mi cuerpo. Quería dormir pero sabía que
no debía si no quería morir congelado.
Me dije a mí mismo que solo estaría unos
minutos descansando y que después seguiría mi camino. “Debí abrigarme más” eso
fue lo último que pensé antes de caer en las garras del sueño.
Una luz, la cual no sabía de donde provenía,
atacó mis ojos obligándome a abrirlos, no tenía frio.
Enfoqué la vista y vi que me encontraba en una
cueva y que una pequeña hoguera irradiaba luz y calor.
“¿Cómo
había llegado hasta aquí? Me levanté con cuidado, me sentía débil y los
músculos agarrotados, me acerqué a la entrada de la cueva: la ventisca no había
amainado y una fría brisa acarició mi rostro.
-¿Piensas salir con este tiempo? –di la vuelta
como si estuviese activado por un resorte.
La voz provenía de un hombre, con varias capas
de abrigo encima, sentado al calor de la hoguera.
¿Cómo es que no le había visto al pasar por
delante?
-¿Quién es usted? –pregunté- ¿Me ha traído
hasta aquí?
-Primero, tutéame, que me traten de usted me
hace sentir más viejo de lo que ya soy –sonrió afable- ven, siéntate.
Eso hice.
-¿Quién es usted?
-Creo que importa más saber que hacías
durmiendo muerto de frio ahí fuera. Tienes suerte de que pasara por allí o no
estaríamos hablando ahora.
-Escapar –dije solamente. Clave la mirada en
las llamas.
Escapar de las miradas acusadoras que me
echaba la gente, con solo mirarles sabía que me acusaban de matar a mi hermano,
dicen que lo empujé o que no moví ningún músculo por salvarle.
No sabían lo que decían.
Pero lo que más me dolía era ver todos los días
la tristeza y el dolor de perder a un hijo replejados en los rostros de mis
padres. Sé que les costó mucho tiempo volver a sonreír con naturalidad.
Constantemente sentía la mirada de mi madre clavada en mi espalda culpándome,
tal vez, por no rescatar a Jordi.
Sentía eso y mucho más.
Por primera vez en mi vida, me sentí solo.
Pensé que al escapar ya nadie me culparía de
nada y todos podrían volver a vivir en paz.
Pensé.
-¿Escapar? –la pregunta de aquel hombre me
sacó de mis pensamientos- Eso me recuerda a una historia. ¿Te gustaría oírla?
-Me parece bien, yo… no tengo prisa –intenté sonreír
pero no pude.
El hombre, cuyo nombre desconocía, se aclaró
la voz mientras yo conseguía apoyar la espalda en la pared de la cueva a pesar de
su rugosidad.
Y la historia de un niño atrapado en un mundo y con un futuro que no deseaba dio comienzo.
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